Centroamérica carga con el dudoso honor de clasificar como la zona más violenta del mundo. Desangrada por guerras civiles hasta hace pocos años, la región se agita hoy en la encrucijada del narcotráfico y las pandillas. Ese torbellino de armas de fuego también diezma las frágiles economías de países como Guatemala, Honduras y El Salvador.

En los últimos años investigadores y agencias gubernamentales han descubierto una nueva ruta hacia los arsenales ilegales en Centroamérica: desde las tiendas y ferias de armas en Estados Unidos fluyen hacia el Sur pistolas y fusiles automáticos. Aunque lejos aún del volumen de contrabando mexicano, esta conexión preocupa a las autoridades estadounidenses y a sus pares centroamericanas.

Rutas homicidas

Según el informe “Tráfico de Armas desde Estados Unidos a Guatemala y México”, del Centro Woodrow Wilson, el armamento llega mediante dos vías principales a Centroamérica: el transporte por tierra a través de la frontera de México y luego hacia los países vecinos; y en el equipaje facturado de vuelos comerciales. Para el primero los traficantes usan envíos de otras mercancías, dentro de las cuales camuflan con frecuencia revólveres y municiones por su reducido tamaño. La vía aérea se utiliza desde aeropuertos menos vigilados por el servicio aduanal estadounidense.

Unos de los métodos preferidos de los contrabandistas es el llamado “tráfico hormiga”. Aprovechando los escasos controles fronterizos en el área, los delincuentes trasladan pequeñas cantidades de armas de un país a otro. En zonas limítrofes los campesinos también intercambian productos agrícolas u otros objetos de consumo por armas para protegerse.

En no pocas ocasiones los traficantes adquieren los pertrechos de manera legal en tiendas o ferias, donde no se verifican los antecedentes de los compradores. Con una red de alrededor de 51.300 almacenes de venta al detalle de armas y cerca de 7.400 casas de empeño, Estados Unidos parece el lugar ideal para adquirir los suministros necesarios al crimen organizado en México y Centroamérica.

Un reporte conjunto de la Universidad de San Diego y el Instituto Igarapé, de Brasil asegura que entre 2010 y 2012 el número de armas de fuego transportadas a través de la frontera mexicana se elevó unas 253.000, casi el triple de lo reportado entre 1997 y 1999, cuando aún regía la Ley de Prohibición de las Armas de Asalto.

 

La guerra entre las maras contribuye a la alta tasa de homicidios (EFE)

La guerra entre las maras contribuye a la alta tasa de homicidios (EFE)

Caos en el Triángulo de la Muerte

Guatemala, Honduras y El Salvador integran esta geometría regional del crimen. Según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), Honduras encabezaba hace un año la tasa de homicidios por 100.000 habitantes en el área, con 91,6. El Salvador con 69,2 asesinatos y Guatemala con 38,5 ocupaban los puestos dos y tres en esa trágica lista. Esta organización multilateral considera que una cifra superior a la decena de muertes violentas convierte el problema en una verdadera epidemia.

¿Por qué el crimen se ha enraizado tan profundamente en las sociedades centroamericanas? Aunque distantes ya, las guerras civiles en El Salvador (1980-1992), Nicaragua (1972-1991) y Guatemala (1960-1996) dejaron no solo un rastro de miles de víctimas, sino también vastos arsenales en manos del ejército, paramilitares y grupos rebeldes.

Según estimaciones de UNODC, en Centroamérica circulan unas cinco millones de armas de fuego, de las cuales menos de la mitad están registradas por las fuerzas de seguridad o civiles autorizados. Ese volumen bastaría para apertrechar a uno de cada tres hombres en la región, advierte la agencia de Naciones Unidas. La corrupción de los militares y los incompletos procesos de desarme de las guerrillas y milicias han mantenido ese altísimo nivel de suministros.

Ante un mercado desbordado por la oferta, el precio de fusiles tan potentes como el AK-47 puede caer hasta 200 dólares. Las pistolas de menor calibre, preferidas por pandilleros y narcotraficantes, se adquieren por muy poco dinero.

Por otra parte, el cordón centroamericano sirve de ruta para el transporte de drogas desde los países andinos hacia México y finalmente Estados Unidos. Los cárteles mexicanos han trasladado su guerra al sur para controlar estas vías de comunicación, en una devastadora expansión de la guerra del narcotráfico que ha asolado a la nación azteca desde 2006.

Esa contienda entre las mafias mexicanas se cruza con los conflictos locales entre bandas famosas por su crueldad como la Mara Salvatrucha 13 (MS-13) y la pandilla Calle 18, integradas por miles de delincuentes cuyas operaciones se extienden desde California hacia Centroamérica e, incluso, Canadá.

 

La guerra contra el narcotráfico en México ha salpicado a sus países vecinos (AFP)

La guerra contra el narcotráfico en México ha salpicado a sus países vecinos (AFP)

A la sombra de México

La guerra contra el narcotráfico iniciada por Felipe Calderón en 2006 ha costado a México alrededor de 70.000 vidas, además de decenas de miles de personas desaparecidas. La abrumadora mayoría de las armas homicidas proviene de Estados Unidos. En su visita al vecino país en mayo pasado, el presidente Barack Obama reconoció esta responsabilidad en la violencia al sur de las fronteras estadounidenses.

El citado estudio de la Universidad de San Diego y el Instituto Igarapé afirma que cerca de la mitad de los comerciantes de armas en Estados Unidos dependen de la venta de armas a México para mantener sus negocios. Ese comercio representó alrededor de 127,2 millones de dólares entre 2010 y 2012, más del triple de lo reportado una década atrás.

Tanto este informe como otros de investigadores de la Universidad de Nueva York conectan el alza de la criminalidad en México con la expiración de la Ley de Prohibición de las Armas de Asalto en 2004. La negativa del Congreso estadounidense a establecer reglas más estrictas para el comercio de armas ha permitido posteriormente el crecimiento del contrabando desde Estados Unidos. A pesar de la promesa de Obama de sostener sus esfuerzos en este tema, no hay signos de que la mayoría de los senadores y representantes de ambos partidos cambiarán de idea en el futuro cercano.

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