Ayer la sangre corrió de nuevo en el seno de una familia dominicana, una tragedia que ha estremecido al barrio Invivienda, en Santo Domingo Este, y que nos conmovió a todos. Es una edición aumentada del doloroso cuadro que viene retratando a nuestra sociedad como violenta, en el hogar, en las calles, en los distintos escenarios en que se desenvuelven las actividades cotidianas.

El hecho nos obliga a mirar hacia atrás, a este año que termina prácticamente como comenzó, bajo una línea violenta que estuvo atravesándolo de manera permanente. Algunos hechos recientes ejecutados por criminales organizados, que operan a plena luz del día, en cualquier lugar del país, nos indican que la violencia no discrimina, que puede afectar a cualquiera, a un leal servidor público o a una infeliz familia en la pretendida paz del hogar.

Es como una daga clavada ya profundamente en el seno social, que se dificulta cada vez más desarraigar, que afecta a todos, de mil y una formas, y que reta de manera desafiante a quienes tienen la misión directa y específica de desterrarla. A veces son también víctimas. Otras, victimarios.

Durante este año,  las muertes violentas por causas diferentes, si bien algo menos que durante 2011, indican que no ha habido progresos en los afanes para disminuirlas. Tampoco es tan fácil. Las que surgen en el hogar resultan de una singular complejidad. El resto ya ni siquiera nos aventuramos a sugerir causalidad. El entramado de la sociedad se complica más y más.

Según estadísticas de organismos independientes, aún no avaladas por la Procuraduría General de la República, más de 2 mil 165 dominicanos han muerto violentamente este año. Algo menos que los 2 mil 513 del año pasado.

¡Qué pena que al cerrar el período tengamos que dedicarnos a contar los caídos a consecuencia de la violencia! Pero la realidad es dura y nos advierte que hay que insistir en trabajar para erradicarla, con la esperanza de que esto va a cambiar.

Fuente: elcaribe.com.do