En la medida en que se acerca el 26 de enero, día en que se cumplen 200 años del nacimiento de Juan Pablo Duarte, distintas instituciones realizan y anuncian la celebración de una serie de actividades para honrar al Padre de la Patria.Los discursos de ocasión dibujan a un Duarte muy por encima de la naturaleza humana. Es como si la madre y la tierra que lo parieron no fueran de este mundo.

Al respecto, nos permitimos presentarle parte de un trabajo publicado por Pedro Conde Sturla en la edición número 26 del trimestre enero-junio de 2010 del boletín del Instituto Duartiano, titulado “El otro Duarte”:

“En realidad, sucede un fenómeno interesante en el sentido de que el pensamiento duartiano, a pesar de toda la patriotería de moda, sólo puede ser asimilado superficialmente por el sistema. A causarle ello, la imagen de Duarte que propone el Gobierno y, en general, la clase dirigente, es una imagen tendencial y tendenciosamente cultural.

Es decir, objeto de culto, no de reflexión, de manera que no ofrezca posibilidad de aprendizaje histórico, revolucionario. En estas circunstancias no resulta extraño que hasta la Gulf and Western y la Falconbridge, dos compañías multinacionales, se hayan “patrióticamente” asociado a las festividades del año en curso (1976). Aislando a Duarte de ese modo, encumbrándolo en pedestales millonarios, su pensamiento se deposita muerto (al menos esa es la intención) y difícilmente constituye motivo de inspiración revolucionaria para las masas.

El modelo de Duarte que sirve a la clase dirigente es de ese tipo. Un Duarte de inalcanzable e inimitable estatura heroica, fenómeno irrepetible, único, ante al cual sólo cabe una actitud acrítica y ahistórica de humilde reverencia (arrodillados si es posible).

No es casual que toda la propaganda oficial tienda implícitamente y mañosamente a acentuar la diferencia entre él y los comunes mortales.

Neutralizar el pensamiento político de o por lo menos la parte más subversiva de su mensaje (principalmente aquella relativa a traidores y vendepatrias) es el único modo de asimilarlo sin correr riesgos. De otra manera alguien podría darse cuenta de que cualquier semejanza o parecido con un Manolo y un Caamaño no es pura  coincidencia.

Es claro que no se trata únicamente de los monumentos que se erigen a la memoria del ilustre patricio y combatiente, sino de la idea particular que se nos quiere inculcar al respecto (véanse las obras de Balaguer y Troncoso, por ejemplo). Por lo demás, sería ingenuo esperar que las cosas sucedieran de otra manera.

El culto de Martí, en Cuba, cobra vigor en el seno de un proceso revolucionario en el cual se aspiraba a realizar sus sueños, y que fue inspirado en gran parte en su mismo legado histórico.

En Santo Domingo, por el contrario, el culto de Duarte prospera en un período en el que la clase dirigente se encuentra más alejada que nunca de sus ideales.
Para rescatar a Duarte del destierro a que lo ha condenado la clase dirigente, en todas las épocas, es necesario estudiar y dar a conocer su pensamiento vivo a partir de las fuentes originales: su propia obra. Lo importante es subvertir la idea que se nos quiere imponer del Padre de la Patria en los discursos oficiales.

Es necesario cancelar la imagen estática y anémica del Duarte oficial: un Duarte que aparentemente no tiene contradicciones con los explotadores ni con las compañías extranjeras que saquean, nuestras riquezas, ni con los grupos criollos de poder que han entregado el país y mantienen sumergido al pueblo en la miseria y en la ignorancia.

El Duarte de carne y hueso, el creador de nuestra nacionalidad, fue un hombre de pluma y espada, hombre de valor, de intransigente e inquebrantable moral revolucionaria. Y fue, sin lugar a dudas, una personalidad extraordinaria, más no por eso única e irrepetible.

Su espíritu no vive en las casas de los ricos ni en la de los funcionarios del gobierno, pero ha vivido siempre en las luchas de nuestros mejores combatientes por la independencia y la soberanía.

Seguramente estuvo presente en las luchas del 1916-1924 contra los yanquis. Seguramente vivió y convivió con los combatientes de abril de 1965, durante todo el proceso insurreccional y aún después.

No se engañe nadie: ése es el verdadero Duarte, hombre de carne y hueso. En cambio, el Duarte místico, insustancial, apagado (tal como, por ejemplo, lo ha representado en teatro el inefable Iván García) ha sido construido y diseñado para consumo de turistas y patriotas de salón.

Este Duarte divino, inmaterial y casto (casi una especie de Espíritu Santo) es un producto de biografías edulcorantes y vive sólo en la imaginación pobrísima de nuestra clase dirigente.

El Duarte verdadero, el otro Duarte, cumple diariamente, heroicamente y anónimamente su itinerario histórico en el corazón del pueblo”.

Afirma hay afán en aislar a los Padres de la Patria

En efecto, colocar la estatua y los restos de Duarte en aquel horrible mausoleo del mutilado Parque Independencia (en el mismo lugar ocupado anteriormente por la graciosa y espigada glorieta, importada de Europa), significa proponerlo desde arriba como figura sacra a la atención del pueblo. Es decir, como figura venerable pero a la vez inalcanzable que no puede y no debe ser imitada so pena de sacrilegio. En definitiva, se lo propone como ídolo Mausoleo en el Parque Independencia de Santo Domingo, donde están depositados los restos de Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella alienante y no como modelo a seguir (pura idolatría).

Otro Duarte
El otro Duarte, el verdadero, cumple diariamente, anónimamente, su itinerario histórico en el corazón del pueblo.

Su valor
El Duarte de carne y hueso, que creó nuestra nacionalidad, fue un hombre de pluma y espada, de un valor intransigente

Culto
Por años se ha querido que Juan Pablo Duarte sea objeto de cultos y veneración, no de reflexión cívica y social.